En el siglo XVIII y XIX, como
reacción al racionalismo y buen gusto de la estética del Neoclasicismo,
algunos autores empezaron a utilizar supersticiones y leyendas, el miedo
y el terror y los ambientes lúgubres y decadentes como elementos
narrativos dentro del Prerromanticismo y el Romanticismo. Así surgió
como tal la novela gótica del siglo XVIII y XIX, un abanico que abarca
desde El castillo de Otranto (1765) de Horace Walpole a Melmoth el
errabundo (1820) de Charles Maturin, pasando por William Beckford Vathek
(1786), Ann Radcliffe Los misterios de Udolfo (1794), William Godwin
Las aventuras de Caleb Williams (Londres, 1794), Matthew Lewis El Monje
(1796) y Jan Potocki Manuscrito encontrado en Zaragoza (1805).
Más
adentrado el siglo XIX, otros escritores igualmente románticos
renovaron este género aportándole nuevos temas, como Edgar Allan Poe y
Mary Shelley. Por último se fue creando una imaginería y mitología del
género de terror que incluía desde los relatos de vampiros de Bram
Stoker a los cuentos de fantasmas de Henry James y Montague R. James y
la mitología de primordiales de Lovecraft y August Derleth.
En su primer período, la
literatura gótica surge para saciar las inquietudes de las almas más
disconformes con el orden regente, buscan poder experimentar sensaciones
prohibidas y escapar de la rutina diaria. Pronto una parte
significativa de la sociedad asimila este nuevo género y lo utiliza como
válvula de escape.
La palabra
gótico en sus orígenes se utilizaba para designar la barbarie germánica
(godos), lo medieval, el desorden y el caos, generalmente con
connotaciones negativas. Sin embargo conforme avanza la segunda mitad
del siglo XVIII algo empieza a cambiar en la sociedad, surge el gusto
por la arquitectura medieval, por lo numinoso, por las sombras. En la
literatura se atisba una senda oculta entre la maleza, una senda
alternativa, que se aparta del camino de la luz. La primera alma en
recorrer dicha senda fue la de un inglés avispado que tuvo el honor de
ser el fundador del género. En pleno siglo de las luces surge en
Inglaterra la figura de Horace Walpole (1717-1797) y su Castillo de
Otranto (1764), considerada por muchos como la primera novela gótica.
Publicada inicialmente como una traducción de un tal William Marshall a
partir de un manuscrito italiano, supuestamente escrito por Onuphrio
Muralto, tuvo una buena acogida entre los lectores de la época, lo cual
ayudó a Walpole a reconocer su autoría. La novela nos cuenta la historia
de un principado y su usurpador, Manfredo, el cual intentará que no se
cumpla una terrible profecía que vaticina el fin de su descendencia y la
pérdida de su castillo. Toda la trama se desarrolla con el castillo y
un monasterio próximo como telón de fondo.
Pese
a ser inocente, ingenua y carecer de fuerza alguna, no cabe duda de que
nos encontramos ante la primera obra con elementos claramente góticos:
el castillo, la inocente princesa, monjes, sucesos sobrenaturales...
El periodo gótico alcanza su
plena madurez en la década de los noventa en forma de grandes novelas.
Estas obras colosales sirven para retratar perfectamente el género. A su
vez la influencia de las novelas góticas se hace notar en muchas partes
del continente.
Con la
aparición de novelas como Los castillos de Athlyn, Dunbayne (1789), Un
romance siciliano (1790), Romance de la selva (1791), todas ellas
escritas por la misma autora, entramos en la década de los 90, período
dorado para la literatura gótica y en el que se da a conocer la reina
del género, Ann Radcliffe (1764-1823), artífice de una de las cumbres,
Los misterios de Udolfo (1794).
La
aparición de Radcliffe es clave para la novela gótica, pues no sólo
aportó sus grandes obras, sino que influyó de manera decisiva en la
aparición de la siguiente cumbre gótica. En Mayo de 1794 un joven de tan
sólo 19 años, que se acababa de graduar brillantemente en Oxford, leyó
con entusiasmo Los Misterios de Udolfo (según sus propias palabras, le
pareció uno de los libros mas interesantes jamás publicados) mientras
realizaba un viaje, este joven se llamaba Matthew Gregory Lewis
(1773-1818). El 23 de Septiembre escribía a su madre: “¿Qué te parece
que haya escrito en sólo diez semanas una novela de entre 300 y 400
páginas en octavo? Nunca he escrito nada la mitad de bueno. Se llamará
El Monje, y me gusta tanto que si los editores no la compran, yo mismo
la publicaré.” Sin duda El Monje, publicada finalmente en marzo de 1796,
daría un nuevo impulso a la novela gótica.
Según
el ensayista César Fuentes Rodríguez, entre las características
específicas de la novela gótica se encuentran las siguientes:
•
La intriga se desarrolla en un viejo castillo o un monasterio
(importancia del escenario arquitectónico, que sirve para enriquecer la
trama)
• Atmósfera de misterio y
suspense (el autor crea un marco o escenario sobrenatural capaz, muchas
veces por sí mismo, de suscitar sentimientos de misterio o terror)
• Profecía ancestral (una maldición pesa sobre la propiedad o sobre sus habitantes, presentes o remotos)
• Eventos sobrenaturales o de difícil explicación
•
Emociones desbocadas (los personajes están sujetos a pasiones
desenfrenadas, accesos de pánico, agitaciones del ánimo tales como
depresión profunda, angustia, paranoia, celos y amor enfermizo)
•
Erotismo larvado (bajo la atmósfera de misterio laten conflictos
amorosos mal resueltos y oscuros impulsos sentimentales. El paradigma de
la doncella en apuros es muy frecuente; los personajes femeninos
enfrentan situaciones que producen desmayos, gritos, llanto y ataques de
nervios. Se apela al sentido de compasión del lector presentando una
heroína oprimida por angustiosos terrores que, normalmente, se convierte
en el foco de la trama. Otro paradigma insoslayable es el de la figura
masculina tiránica; suele tratarse de un padre, rey, marido o guardián
que requiere de la doncella una acción indigna o inadmisible, sea el
casamiento forzado, el sacrificio de su castidad o alguna acción todavía
más siniestra)
• Falacia
patética (las emociones de los protagonistas intervienen en la
apariencia de las cosas, o bien el clima que rodea una escena define el
estado de ánimo de los personajes)
En contraste con la escasa
validez de las populares novelas por entregas, la narrativa gótica
psicológica de calidad intelectual seria mantuvo la buena salud del
gótico durante la década de 1820. Frankenstein de Mary Shelley, Melmoth
el errabundo de Maturin y Memorias privadas y confesiones de un pecador
justificado de James Hogg demostraron el trágico potencial del gótico y
dieron una pista sobre la clase de sofisticación psicológica y
metafísica que marcaría las obras de Hawthorne y Le Fanu. La riqueza
simbólica y filosófica de estas novelas góticas indica el papel
principal que desempeñaría el goticismo durante el siglo XIX, activando
los oscuros sueños de muchos grandes escritores que se volvieron hacia
el gótico para realzar el carácter trágico de su arte.
En España cultivaron el género
José de Urcullu, traductor de Cuentos de duendes y aparecidos, Londres,
1825. Agustín Pérez Zaragoza, traductor, refundidor y autor de los doce
volúmenes de Galería fúnebre de espectros, aparecidos y sombras
ensangrentadas, 1831. Antonio Ros de Olano, Gustavo Adolfo Bécquer, con
sus Leyendas en prosa y José Zorrilla, con sus leyendas en verso, Miguel
de los Santos Álvarez y Pedro Antonio de Alarcón con algunos de sus
Cuentos.
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En el Castillo de Otranto el
usurpador del trono de Otranto, Manfredo, trata de casar a su hijo,
Conrado, con Isabella, la hija del desaparecido marqués de Vicenza, para
así asegurar su reinado porque piensa que Federico, el marqués, es el
descendiente más cercano del último gobernante legítimo de Otranto. Esta
boda no se lleva a cabo y se origina una serie de problemas que se
resuelven cuando el espectro del auténtico gobernante, Alfonso, da a
conocer quién será el nuevo soberano absoluto de Otranto.
La
historia se sitúa en Italia durante la Edad Media. Toda la trama ocurre
principalmente en dos lugares: el castillo de Otranto y el monasterio
de Jerónimo; se hacen regresiones a Sicilia por parte de algunos de los
personajes para contar su pasado y durante un tiempo muy corto la
historia se traslada al bosque y a las cavernas que hay en éste.
El
empleo de Walpole de la palabra “gótico” en el subtítulo de su novela
fue una descripción que pretendía impresionar y excitar a su audiencia.
En 1764, las connotaciones del término eran todas negativas, dado que
“gótico” había sido utilizado para denigrar objetos, personas y
actitudes consideradas bárbaras, grotescas, ordinarias, primitivas, sin
forma, de mal gusto, salvajes e ignorantes. En un contexto artístico,
“gótico” significaba todo lo que era ofensivo a la belleza clásica, algo
feo por su desproporción y grotesco por su carencia de gracia unitaria.
Describiendo su obra como “una historia gótica”, Walpole no sólo elevó
el estatus del adjetivo, sino que proporcionó una etiqueta para el
torrente de narrativa de terror que le seguiría. De ahí en adelante, las
obras góticas confiarían normalmente en decorados situados en un
espacio y tiempo remotos para inducir una atmósfera de delicioso terror.
El escritor Sir Walter Scott, en una introducción a esta obra, escribió:
El
Castillo de Otranto es notable no sólo por el sombrío interés de la
historia, sino por haber sido el primer intento moderno de fundar una
literatura de ficción fantástica sobre la base de las antiguas novelas
de caballerías.